La década de los 80 tuvo un alto coste para la población LGTBI en EEUU (una visibilización mayor que conllevó que muchos jóvenes fueran expulsados de la protección familiar y acabaran durmiendo en la calle, el sida, el incremento de políticas represivas, el crack…). También fue una década donde la comunidad LGTBI respondió con dosis altas de solidaridad y creatividad, de tal manera que se generaron recursos propios de sociabilización y de protección entre iguales.
Uno de estos recursos fueron las casas de baile (ballroom) con su baile Vogue (también llamado voguing), inicialmente en Harlem, uno de los barrios de Manhattan más deprimidos y con mayor población afrodescendiente. El documental “Paris is burning” (1990), del que os hablaremos hoy, nos cuenta una parte de la historia del voguing y sus ballroom.
Aquellas transformistas y transexuales que iban acumulando experiencia e influencia en las comunidades LGTB con el paso de los lustros, de tal manera que se habían hecho con el sobrenombre de “legendarias”, y protegían a aquellos jóvenes que, expulsados de sus hogares o procedentes de familias en situación de vulnerabilidad, eran también vulnerables frente a las agresiones, la droga o la prostitución. Ser “legendaria” era el mayor nivel de estatus dentro de la comunidad. Se crearon “las casas de legendarias”, dirigidas por una legendaria (cuyo apellido tomaba de una legendaria ya inactiva o fallecida pero de la que antaño habían recibido su protección) que acogía en su residencia a jóvenes, que recibían el apellido de la casa. Así entonces, podíamos encontrarnos con las Casas Xtravanganza, Saint Laurent, Ninja, Omni, Overness, LeMay, Adonis, LaBejia… “Yo soy Willy Ninja, de la casa Ninja”.
De las interacciones entre las distintas casas surgieron los ballroom, eventos de baile/performance donde las distintas casas competían para llevarse los trofeos, en función de haber conseguido captar mejor la esencia de las identidades referentes de tal o cual modalidad.
Algunas de las modalidades de competición eran Militar, Dinastia (con personajes del dorado culebrón televisivo), Marimacho que se viste de mujer por primera vez, Verosimilitud, Banjee (“mujeres que en la esquina hablan de tu hombre, ¡mujeres que ligan a los tíos más duros!”), Guapa Emergente, Ropa invernal de alta costura, Tarta de queso, Colegiala, Urbano-rural, Ejecutivo, Reinas Femeninas (“cuando son indetectables, cuando pueden dejar la sala de baile, salir a la luz del día, bajar al metro y llegar a casa sin la ropa rota y sin heridas, son las Reinas Femeninas Verosímiles, ¡normalmente una categoría para reinas jóvenes!”). Las casas que más trofeos iban acumulando obtenían mayor prestigio.
En un momento dado del documental vemos una sucesión de los modelos heteronormativos de las revistas (matrimonio heterosexual que bailan agarrados, que enseñan sus mansiones, coches, caballos…). Es un modelo que contrasta con la cultura LGTB, con jóvenes que duermen en la calle o pubs, desorientados ante una sociedad que no les ofrece espacio- y que predomina en la actualidad: en EEUU la mitad de las personas sin hogar siguen siendo personas LGTBI.
La falta de referentes en la infancia y juventud ha llevado muchas veces a la población LGTBI a la identificación con estrellas de cine y revistas a través de un ejercicio de sublimación (ante la represión /censura, el deseo se desplaza hacia un objeto de deseo menos problemático que el deseo originario, pero con el que mantiene cierta relación, de tal forma que se generan mecanismos que permiten la satisfacción). Entre estos ejercicios de sublimación que muchos hemos llevado a cabo con la copla, el arte o el cine, tenemos los ballroom con su voguing. El vogue-baile surge como una reapropiación/parodia de las poses de los famosos y modelos en las fotos de la revista de moda Vogue.
“El vogue es como convertir tu mano en una polvareda. Finjo ponerme colorete o sombra en la cara al ritmo de la música. Le doy la vuelta a la polvera, hacia la otra persona, como si mi mano fuera un espejo para que ella se mirara. Entonces empiezo a maquillarle porque la cara que lleva necesita un buen arreglo de maquillaje”.
Ante una realidad que sólo les ofrecía violencia o invisibilización, los ballroom van a ofrecer las ventajas de pertenecer a una población estigmatizada, porque cuando no eres nadie puedes hacer de ti mismo todo lo que otras personas no se atreven a ser. “En un baile puedes ser literalmente lo que quieras. En un baile tienes ocasión de mostrar tu arrogancia, tus dotes de seducción, tu belleza, tu ingenio, tu encanto, lo que sabes. Puedes ser y hacer lo que quieras- aquí y ahora- y no se cuestionará. Vine, vi, vencí. Eso es un baile”.
La importancia cultural del Voguing reside en que los valores heteronormativos (familia, fama, prestigio, belleza, normalidad) dejan de estar mediados por la raza, la fililación sanguínea o el sistema sexo-genero. Adolescentes a los que habían echado de su hogar encontraban a otras “madres” y otros espacios donde poder dar un sentido a la experiencia del rechazo y alcanzar potencialidad. En un momento dado del documental uno de los jóvenes define su comunidad como “grupo de seres humanos con un vínculo en común”.
La modalidad de competición Verosimilitud (“ser como un hetero”), así como otras modalidades, constituyeron herramientas que desmontaban culturalmente al patriarcado. Si lo “macho hetero” es imitación, entonces es también independiente de la orientación sexual o de cuestiones esencialistas y los “machos hetero” se hacen “machos hetero” por imitación.
En el documental una persona transgénero afrodescendiente nos cuenta la violencia que le infligía su madre al mismo tiempo que está viendo en la televisión una película cutre romántica de una pareja heterosexual. Lo que llamamos realidad empuja a la fantasía, a crearnos otras identidades, otras realidades. Esto es más complejo de lo que parece porque la realidad que se percibe como tal también es producto de la fantasía (no existen realmente esos modelos que vemos en el cine o revistas, y que moldean nuestras aspiraciones y roles, de ahí que no todos vayamos a poder alcanzar ese paquete de ficciones). La persona transgénero nos cuenta que su madre le quemaba sus vestidos. “Lo que no soportaba es me vistiera de mujer; me decía “no puedes tener más pechos que yo”. La violencia que se ejercía sobre su persona provenía de la amenaza cultural de su acto: “vestirse de mujer” pone en evidencia que ser mujer no es una esencia, sino una construcción cultural y que nuestras identidades son producto de la cultura. La diferencia significativa entre la realidad heteronormativa y la construida por otras comunidades es que aquélla se ajusta a una norma aceptada por la mayoría.
Las ballroom no fueron ajenas a las cuestiones de clase y de raza, en tanto en cuanto sus integrantes, la mayoría afrodescendientes y de distritos-barrios machacados por la pobreza y droga, fueron conscientes de los mecanismos por los que se les había expulsado de la vida social. El voguing trataba de crear identidades que superasen la dicotomía clase social-raza. “En la vida real no puedes trabajar de ejecutivo a menos que tengas estudios y oportunidades. Si no eres ejecutivo es meramente por tu posición social. Esto es así. A los negros les cuesta triunfar por eso. Y los pocos que lo consiguen son heteros. Pero en la sala de baile puedes ser lo que quieras. No eres ejecutivo de verdad, pero lo pareces. Así que demuestras al mundo entero: “Yo puedo ser ejecutivo. Si se me diera la oportunidad, podría serlo, porque lo parezco”. Tus amigos te están diciendo: “Serías un ejecutivo maravilloso”. «Todo esto es increíble”.
Se ha criticado, con la perspectiva que da el paso del tiempo, que los integrantes de las ballroom tomaran los valores de belleza y glamour de lo heteronormativo como valores a imitar. En efecto, detrás del voguing existía una fascinación por algunos de los valores causantes de su exclusión.
“El sueño es vivir tan bien y tener tan buen aspecto como las personas blancas. ¿Qué es lo que ven las minorías en todos los medios, desde la TV hasta las revistas, pasando por el cine? Dinastía, los culebrones. Todos llevan vidas de millonarios. Cuando ponen un anuncio de cereales o de pasta de dientes o de fregasuelos, la gente blanca sale en su casa. Los niños de los juguetes Fisher-Price no están echados en una calle de cemento, sino correteando por el césped con la piscina al fondo. Los EEUU son blancos, y las minorías como pueblo, en los últimos 400 años, somos el mejor ejemplo de modificación de conducta de la historia de la civilización. Nos lo arrebataron todo y aun así hemos aprendido a sobrevivir. Por eso en el circuito de las salas de baile sí consigues capturar el fenomenal estilo de vida blanco, o su forma de vestir, te conviertes en una maravilla”.
Efectivamente, muchos vivieron los ballroom sin crítica hacia el modelo estigmatizante. ¿Se resta entonces potencia a los ballroom? No. Porque hay colectivos tan estigmatizados que el mero hecho de que puedan apropiarse del mismo potencial simbólico de los códigos de inclusión heteronormativos ya genera un contrapoder. La reapropiación de los códigos- lo blanco como estilo y no como esencia- es subversivo si altera la norma que determina quién puede y quién no puede representarlos. Y en aquella época que un “marica pintado negro” representase a un “ejecutivo hetero blanco” alteraba el marco de representación porque visibilizaba lo prohibido. Si “lo blanco” es un estilo que depende de tu grado de posesiones y de lo que lleves sobre tu cuerpo- ajeno al propio cuerpo- y del tiempo invertido para llegar a mimetizar con esa representación/ficción (un ensayo de espejos entre espejos), entonces el grado de privilegios de “lo blanco” no está basado en la naturaleza ni en el mérito, sino en la posición social que un sistema de poderes ha decidido ubicarte para sus intereses. Y como la distribución de privilegios se debe a unas reglas sociales surgidas del artificio- tú aquí me interesas, tú lo más lejos de aquí porque no vendes uniformidad y por tanto tampoco control y éxito-, basta con visibilizar el débil andamio sobre el que se construyen- ¡basta una pista de baile- para que surja una grieta de la cual devengan nuevos agentes de representación.
El voguing aumentaba la autoestima de sus participantes más jóvenes. Personas que durante su trayectoria vital sólo habían sido etiquetadas como abyectas, de pronto podían recibir miradas de aprobación e incluso aplausos. “Supongo que me gusta la emoción. Que te aplaudan y griten si ha salido bien. Eso me enganchó. Me hace más fuerte. Me hace pensar más. Hace que quiera volver y ganar. No es sólo por ganar. Es también por lo que doy, porque noto que hago disfrutar mucho a muchas personas que van a los bailes. Ellos disfrutan viéndome y yo desfilando. Esa es mi filosofía, por así decirlo”.
Los ballroom también aumentaban la inclusión de personas mayores dentro de la comunidad. Las legendarias iban obteniendo un prestigio en la mediad en que eran ejemplo de supervivencia y apoyo. Y no cualquiera podía ser legendaria. “Volverte legendaria es como tener un óscar”.
Lo que en principio fue un festival de identidades en una (gloriosa) sala de baile de cuarta categoría acabó diluyéndose en una imitación complaciente con lo heteronormativo a beneficio de las industrias culturales. Las ballroom desaparecieron tras llegar la década de los 90, a partir de la creación de “lo gay” como marca en las revistas, fiestas de élite y videoclips, despojándolo de todo elemento subversivo, y de que el arte callejero girara hacia otras modalidades, ajenas al cuestionamiento del sistema sexo-género.
El capitalismo percibió beneficios potenciales del voguing y lo convirtió en una moda donde no todos pudieron encajar, de tal manera que los integrantes más disidentes con la norma acabaron siendo marginados. Las Legendarias fueron desubicadas tras los nuevos códigos de inclusión gay de los años 90, más orientados hacia el empoderamiento en base la acumulación de parejas sexuales o el consumo, y perdieron su reconocimiento en el momento en el que las estrellas (caucásicas, cisexuales, heterosexuales) de las multinacionales se erigieron como representantes del Vogue (Madonna).
Con “Paris is burning” tenemos el testimonio del potencial que se vivió durante una época donde las legendarias fueron motor de fantasía e inclusión para las nuevas generaciones LGTBI. Es un testimonio que nos sirve actualmente para generar alternativas al estigma y que revela lo poderoso de una creatividad asociada a la solidaridad. En Apoyo Positivo te invitamos a descubrirlo; tenemos las puertas abiertas. Xtra-Xtravaganza power!
Desde Apoyo Positivo son muchas las actividades que ya se han organizado alrededor de este este estilo que promueve la libertad.
Una de nuestras colaboradoras Silvi ManneQueen, promotora de este estilo a nivel internacional, ha conseguido llevar el nombre del Vogue muy lejos en España. Desde 2016 venimos organizando junto a ManneQueen diferentes actividades, como el Taller de introducción al Vogue: Deconstrucción de etiquetas y roles con motivo de las Madrid Vogue Balls, encuentros internacionales organizados en Madrid, donde diferentes representantes de este estilo dan rienda suelta a su creatividad.
Cada año hemos tenido el honor de participar y formar parte en las ya conocidas KIKI BALLS y VOGUE BALLS junto a MADRID BALLSROOMS, entornos libres de prejuicios y de etiquetas, pero sobre todo con mucha libertad de expresión y ayudando a dar visibilidad a este movimiento que pretende acabar con la opresión de la homofobia, la plumofobia, la transfobia y la xenofobia.