La sexualidad es algo que nos pertenece a cada uno, puesto que tenemos nuestra propia forma de ser, de sentir o de expresarnos como seres sexuados y, dentro de esta individualidad de ser, no es lo mismo cuando somos niños, adolescentes, adultos o mayores. Y de igual forma, no es lo mismo de un año para otro e, incluso, de un día para otro o de la mañana a la noche. Esta enorme diversidad de sexos, sexualidades y eróticas nos permite movernos dentro de un inmenso marco de diversidad, libertad, experiencias, deseos y placeres que no son rígidos, ni pautables. Algo que nos permite redescubrir a los demás y redescubrirnos a nosotros mismos de manera constante. Siempre que nos prestemos atención.
Si la sexualidad es tan grande y tan libre, aparte de propia, ¿por qué tendemos a definir la sexualidad dentro de unos parámetros muy concretos?, ¿nos damos realmente permiso a vivirla en esa libertad y grandeza?
No todas las personas son valoradas de la misma manera como seres sexuados, pese a que la sexualidad no tiene límites. Si nos paramos a observar las ideas e imágenes mentales que tenemos acerca de la sexualidad: ¿con qué tipo de persona fantaseamos o creemos que le pertenece la idea de la sexualidad?, ¿qué tipo de prácticas sexuales (eróticas) se nos vienen a la cabeza al pensar en un encuentro con otras personas o con uno mismo? En líneas generales, y así lo hemos ido confirmando al preguntar a muchas personas de diferentes edades, suele aparecer la imagen de una persona joven (aunque no demasiado), centrado en genitales, con unos cuerpos muy dentro de lo normativo (aquello que se plasma en publicidad, cine y eventos de ficción).
Cuando se plantea la sexualidad en coles, para niños pequeños, nos encontramos con frases como “son demasiado pequeños” o “cuidado con lo que les contáis”. Si se piensa en mayores de 65 años, ideas como “uf estoy mayor para eso”, “para qué si no tienen sexo”. Al hablar de adolescentes, “prevención de embarazos” o “prevención de violencia”. Y cuando tratamos el tema de diversidades funcionales, “bastante tienen ya”, “si les enseñamos será peor, ya que nunca podrán hacer nada de eso”. Estas frases nos dicen que, en realidad, somos las personas que sí tenemos permiso a tener sexualidad, las que en realidad equivocamos el concepto, ya que malentendemos la sexualidad como esa práctica coital, centrada en los genitales y con una función reproductiva (eyaculación y orgasmo), y relación de pareja, en lugar de entenderla como algo más grande y global, algo que tiene que ver con los cuerpos, con las emociones (entre ellas el placer), y una forma en la que me vivo y me disfruto.
Estas barreras terminan siendo una forma de negarles información acerca de sí mismos. Y, con esto, damos por hecho que tienen que sentir cosas muy concretas sin tener en cuenta que pueden y deben sentir lo mismo que el resto, o algo del todo diferente. ¿Pero nos damos ese permiso a sentir?, la sensación es que no. Por lo general, nos sentimos dentro de los parámetros concretos en los que nos formamos. Así, nos pasamos la infancia y adolescencia pensando que perder la virginidad es practicar la penetración, igual que pensamos que cuando la penetración no puede ser estamos asexuados, ¿pero que pasa con el placer, que pasa con la vivencia personal de los cuerpos, según nuestras propias experiencias, necesidades e intereses?
La verdad es que tiene sentido que asexuemos a las personas, y no les permitamos vivir su sexualidad de una manera completa, si no empezamos por permitirnos la nuestra dentro de un parámetro de libertad, si no somos capaces de entender que el hecho de ser hombre o mujer es algo tan personal que no hay solo un tipo de hombre o de mujer, o que una orientación determinada no se puede encasillar bajo ninguna conducta, forma de vida o forma de ser concreta, sino que cada persona pueda hacer, ser o sentir lo que viene siendo “LO QUE LE DE LA GANA”.
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