El racismo en la representación de las minorías

El pasado mes de junio asistimos al curso La sociedad multicultural: minorías étnicas en los medios de comunicación, organizado por la asociación Órbita Diversa e impartido por Lucía Mbomío, Ofelia Oliva, Rafael Moreno. Aquí os dejamos algunas de las reflexiones que nos han surgido a raíz de este curso.

La novelaEntre el mundo y yo de T.Coates nos hace entender que “la raza no es la madre del racismo, sino su hija”, es decir, lo primero es el racismo, y de este se originan las categorías raciales que permiten legitimar su narración racista. El racismo es un dispositivo concebido para reforzar la dialéctica dominadores/dominados: los dominadores encuentran una narrativa que justifica sus abusos de poder, y  los dominados interiorizan su situación de vulnerabilidad social como la natural y por tanto no apta para cuestionarla. Así, entonces, tenemos la raza caucásica (blanca) y “las otras”.

El racismo, creación de la Edad Moderna, surgió a partir del llamado comercio triangular (comercio desde Europa con África y América): se necesitaba mano de obra en condiciones miserables y se recurrieron a indígenas, africanos y nativos norteamericanos como representativos del “no-del-todo-humano”, y, por tanto, no merecedores de derechos a mayor beneficio del poder económico.

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Hoy en día, en Occidente, el discurso de la inferioridad biológica ha sido desplazado bajo los significantes “nación” y “patriotismo”: la nación como una comunidad cultural uniforme que debe ser protegida frente a “los otros”, frente a las personas “no del todo blancas” que vulneran “la blancura” y que están al mismo tiempo dentro y fuera de esa comunidad.

¿Y qué utilidad tiene hoy en día el racismo para los regímenes de poder?

Principalmente, la de argumentar (complejos) problemas sociales de manera simplificada (e irreal).  Si ponemos el foco en «los otros», la responsabilidad nuestra –o la de aquellos que admiramos– se difumina.

Además, la comunidad que detenta el poder no suele estar dispuesta a ceder sus privilegios (económicos, de representación, de recursos…) para vivir en una sociedad más igualitaria: no somos conscientes de que los privilegios son mantenidos, con tensión y desigualdad, dentro de una proyección no sostenible; lo que realmente nos hace a todos vivir con dignidad y progreso son los Derechos, reverso de los privilegios.

Los dispositivos que ayuda a perpetuar el racismo son los medios de comunicación y el cine: nos ofrecen imágenes y narrativas construidas como “lo natural”, ocultando que han sido erigidas mediante intereses de poder.

En numerosas ocasiones, se asocia a la comunidad afrodescendiente, latina y árabe con la inmigración ilegal y la delincuencia, que es una manera de señalar que árabes, latinos y negros siguen siendo salvajes que han sustituido la selva y sus lanzas –o el desierto y sus sables– por la ciudad y sus pistolas.

En muchas películas, la función de una persona afrodescendiente no es otra que la de “hacer de negro” (chistes de negro, violencia de negro, acoso de negro), o la de “hacer de negra” (mujer violada o mujer pantera en celo: en ambos casos una sexualización). Tenemos también personajes con la función de “hacer de gitana o gitano”, “hacer de latina o latino”, “hacer de mujer o de hombre árabe”: la raza como personaje que no requiere subjetividades.

Son multitud las películas y videoclips que mantienen el racismo, bajo una pátina de sana y cómica ficción. ¿Quién no ha disfrutado, por ejemplo, con las películas de Indiana Jones o James Bond, sin darse cuenta que nos cuelan a mansalva estereotipos racistas? Muchas de las comedias de mayor éxito durante los 80 escondían un racismo acusado: algunas  con Whoopi Golberg, “El Príncipe de Zamunda” (1989); “Su juguete preferido” (1982), donde un millonario compra durante una semana a un hombre afrodescendiente sin empleo para que sea el juguete de su mimado hijo, lo que supone una interpretación perversa de la historia de la esclavitad; o Harvard, movida americana” (1986), el protagonista caucásico oscurece su piel, manipula su pelo y “hace de negro” sólo para obtener una  beca en la universidad.

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Ofelia Oliva y Lucía Mbomío nos mostraron varios artículos y anuncios que ahondan en un mal sentido de la diferencia. Esto es así incluso en artículos que quieren promocionar la diversidad: Soy Español y soy negro”, ¡sorpresa!, con descripciones como “Nayr Macedo es una joven politóloga española de pelo largo, rizado y rojo” (¿describirían el pelo si fuese una joven no afrodescendiente?);  Musulmanas y españolas, como si la identidad española no pudiera incluir a la musulmana; Los nuevos chinos, donde la comunidad asiática (masculina) sigue estando contemplada como una depredadora financiera (eso sí llega a salir del “todo a cien”).

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la publicidad de productos de limpieza utilizó a la comunidad negra para explicitar las asociaciones blanco/limpio/civilizado frente al trinomio no blanco/sucio/salvaje.

Lucia Mbomío nos explica varios anuncios, como por ejemplo el de Fairy de 1985, donde un niño caucásico le pregunta a uno de piel oscura el motivo por el cual su madre no le lava con Fairy, o el de la pasta de dientes Darkie (cuya traducción sería algo así como “oscurito”), cuya imagen es la de un hombre afrodescendiente sonriente, de boca exagerada y de un color de piel negrísimo.

Otro ejemplo de asociar a la comunidad afrodescendiente con lo no civilizado son los anuncios de Conguitos. Desde los años 60 hasta la actualidad, hemos visto cómo la marca ha representado a personas afrodescendientes con ojos y boca muy marcados, biológicamente imposibles desde lo humano, y en contextos bien discutibles (de la selva con taparrabos y lanzas se pasó recientemente a la discoteca con raperos y DJs).

Los anuncios de Cola-Cao siguen la estrategia de situar a la comunidad afrodescendiente como bien de consumo, como nos recuerda Lucia Mbomío. La canción e imágenes de sus spot han invisibilizado con mofa la tragedia de los campos de trabajo del África Tropical, y el pelo y color de piel han sido utilizados para vender el producto mediante una suerte de chiste. En el anuncio de Los Colacao (1998) tenemos a los futbolistas Rivaldo, Denilson y Roberto Carlos cantando lo de “yo soy aquel negrito…”: ellos son “los Cola-Cao” porque tienen piel más oscura. ¿Os acordáis de Las Cacao Maravillao, mujeres brasileñas hipersexualizadas que simulaban vender un producto, el producto era ficticio porque en realidad el producto eran ellas mismas, en los programas de Telecinco con Emilio Aragón?

¿Cuál es el problema de estos anuncios?

Que comunidades no caucásicas sólo son visibles en contextos o representaciones que generan distancia (ellos no son como nosotros, como la mayoría), y muchas veces esa visibilidad se realiza a través de un alivio cómico deshumanizado. Además, una característica que atribuimos a una raza se convierte en producto, de tal manera que se genera una asociación como de que otras razas son bienes accesibles a nuestro placer. Comenta Lucía Mbose, de madre afrodescendiente y padre caucásico, nacida en Alcobendas, que sus compañeros de colegio le llamaban “la Conguito” o “la Colacao”, de tal manera que ella descubrió su diferencia mediante la recepción de esos anuncios. “Son los otros los que me señalaron que soy negra”.

Hablemos de más representaciones. Una de las más presentes es la del mito del hombre negro de impulso sexual acusado, con pene grande, y de alto rendimiento en la relación sexual El nacimiento de una nación (1915), la primera película con narración coherente de la historia del cine, ilustra el peligro que supone la comunidad afrodescendiente para el orden social, y vemos como hombres afrodescendientes persiguen a mujeres rubias para violarlas.

Hoy en día tenemos su actualización en forma del “negro del whatsapp”, manifestación racista dado que si fuera la imagen de una persona caucásica no diríamos “el blanco del wasap”, pero como es un hombre negro ya sobreentendemos que es de pene descomunal.

Citemos también el episodio del realityAdán y Eva”, donde “un Adán de ébano” hace que la chica enuncie que su “dragón negro asusta” y que “ninguna mujer es completa hasta que un negro no se la meta”.

¿Y la representación de la sexualidad de mujeres afrodescendientes?

La actriz Halle Berry se lamenta del poco efecto que tuvo su Óscar, puesto que le seguían ofreciendo “hacer de negra” (mujer violada o acompañando sexualmente a un matón negro).

En los videoclips nos encontramos a la mujer afrodescendiente como animal sexual, de grandes curvas y dispuesta siempre al sexo. Anaconda con N.Minaj lo tiene todo: mujeres en la selva con poca ropa y clamando por sexo (heterosexual, no faltara más), con posturas acrobáticas herederas del porno o del circo. Porque ellas siempre quieren que su papi les dé más gasolina.

Hombres y mujeres de otras razas, siempre sujetos al régimen heteronormativo: heterosexuales que cumplen patrones de género. Con no ser caucásicos, su cupo de diversidad está lleno porque “bastante tienen con ser negros”, pareciera que nos dice Hollywood. Porque identidades LGTBI e identidades raciales son excluyentes en la ficción, destinada esta a perpetuar mandatos férreos de género (¿hemos visto alguna vez en el cine comercial a un hombre afrodescendiente sensible y vulnerable en lo afectivo?). Incluso una película como Moonlight (2016), cine independiente que, bajo todo pronóstico, consigue un Óscar con la historia de un personaje afrodescendiente que sufre ante la pobreza y la cultura homófoba. No deja de representar en el personaje adulto el estereotipo de macho, incapaz de explicitar afectividad homosexual de tal manera que no llega a representar una identidad gay. La representación LGTBI dentro de minorías raciales sigue estando pendiente en el cine comercial.

Pero la comunidad afrodescendiente no ha sido la única sujeta a manipulaciones en sus representaciones. Han sido también severamente distorsionadas las comunidades gitanas (objeto de chistes o bien amenaza para la propiedad privada), árabes (asociados al terrorismo o inmigración ilegal), latinas (sujetas a la pereza y/o violencia), y asiáticas (tontitas sumisas que no se enteran de nada, a no ser que sean empresarios financieros, porque entonces se enteran de todo y no tienen escrúpulos), así como otras comunidades apenas representadas.

Como agentes de salud, en Apoyo Positivo y Órbita Diversa somos conscientes que el derecho a la salud debe lucharse desde la transversalidad, dado que cuestiones como la raza, clase social, género, migración, estatus serológico, identidad de género, orientación sexual se comunican entre sí.

Frente a la uniformidad, meta por la que abogan los discursos racistas, hay que defender la unidad, lo que implica avanzar juntos desde la diversidad, entendiendo la diversidad como motor sostenible para empoderar a la sociedad.  Por eso es importante apoyar la creación de representaciones y recursos impulsados por la propia comunidad representada. Tenemos derecho a la diferencia; tenemos derecho a existir.