#SAVETHEFUCKINGPLANET
ODS 13. ACCIÓN POR EL CLIMA
Como ya os hemos contado previamente, este año profundizamos en la temática de la sostenibilidad y medio ambiente a través de nuestro proyecto GENERACIÓN DIVERSIDAD, una generación de nuevos referentes de la diversidad, que, en este caso y nuevo año, abordarán no sólo las desigualdades derivadas de la diversidad sexual, sino también el liderazgo y emprendimiento sostenible y medioambiental desde esa propia comunidad diversa.
En este camino que iniciamos con #GD2022 SAVE THE FUCKING PLANET estamos encontrando diferentes personas y proyectos que nos hacen conocer la realidad urgente del cambio climático y las alternativas que aún tenemos para poder revertirlo.
El cambio climático es consecuencia de la actividad humana y está amenazando nuestra forma de vida y el futuro de nuestro planeta. Haciendo frente al cambio climático podremos construir un mundo sostenible para todes. Pero tenemos que actuar ahora.
Los fenómenos meteorológicos extremos y el aumento del nivel del mar están afectando a las personas y sus bienes en los países desarrollados y en los países en desarrollo. Desde un pequeño agricultor en Filipinas a un empresario en Londres, el cambio climático afecta a todas las personas, especialmente a las pobres y vulnerables, así como a los grupos marginados como las mujeres, les niñes y las personas mayores (Objetivo 13 de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas)
Una de esas personas es CÉSAR HERNÁNDEZ MAYA, Ingeniero Técnico de Obras Públicas y Graduado en Ingeniería Civil, con estudios de posgrado en cooperación internacional, infraestructuras ferroviarias y urbanismo.
Su experiencia se ha ido amasando a través de su trabajo profesional y activismo en diferentes organizaciones alrededor del mundo.
Se formó como Líder Climático por la organización internacional Climate Reality Project de Al Gore y participó como ponente en la Cumbre del Clima COP25 de Madrid. Ha colaborado como miembro del Consejo del Paisaje de la Luz (ámbito Prado Retiro ahora declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), entre otros proyectos, y en 2021 ha sido seleccionado por el Banco Mundial como uno de los 160 jóvenes menores de 35 para ser Embajador Climático, en el que representa a España. Ese mismo año fue nombrado por la Asociación Madrid Capital Mundial de la Construcción (MWCC) y Global Shapers como el 3er ingeniero menor de 35 años más influyente de España (35 under 35).
Hoy recogemos parte de su trabajo e información acerca de las Infraestructuras verdes y su efecto mitigador en el cambio climático, un camino de investigación que ya ha presentado en diferentes conferencias y artículos y que podéis consultar en su completa extensión en este link (página 32).
The Floor is YOURS, querido César!
Al hablar de infraestructuras, todos podemos pensar en la imagen de un gran puente o viaducto, un nudo de carreteras, una línea ferroviaria o un puerto de mercancías, pero también un valle de montaña, el curso de un río o una dehesa antropizada son infraestructuras, en este caso, infraestructuras verdes. Según la Real Academia Española de la Lengua, “infraestructura es un conjunto de elementos, dotaciones o servicios necesarios para el buen funcionamiento de un país, de una ciudad o de una organización cualquiera”.
Por lo tanto, un ecosistema es también una infraestructura, pues es vital para el funcionamiento de cualquier territorio. Es en ellos donde interactúa un flujo constante de ciclos, como el del carbono, del agua, de la materia orgánica, del nitrógeno, de la biomasa, del fósforo, o de la energía. Estos se dan en los procesos metabólicos, las cadenas alimentarias y de depredación, las fases de descomposición, la respiración, en reacciones químicas y otros procesos naturales que están en constante interacción e influyen en el entorno.
Todo este conjunto de sistemas cambiantes compone el ‘ecosistema tierra’, muy amenazado ahora por el cambio climático, al que asociamos a las emisiones de CO2. Pero este problema supone tan solo uno de los 9 límites planetarios que la Comunidad Científica ha identificado como determinantes para mantener unas condiciones adecuadas para la vida humana en la tierra.
El profesor Johan Rockström habla de que cruzar estos límites, entre los que se incluye el agujero de la capa de ozono, la pérdida de suelo, o la acidificación de los océanos por citar alguno más, conducen ineludiblemente a una desestabilización planetaria. Para evitarla, debemos considerar no sólo las emisiones de CO2, sino el conjunto de límites planetarios que debemos respetar, para no desencadenar un efecto cascada entre los complejos sistemas terrestres que puedan hacer que este planeta deje de mantener unas condiciones apropiadas para la vida de la especie humana.
En esa línea, existen diversas propuestas, como la de la economista Kate Raworth que plantea una “economía del donut”, que teniendo en cuenta ese techo que forman los límites planetarios, tenga en cuenta también un límite inferior respecto a las necesidades sociales y desarrollo de la población mundial. Es decir, un mínimo de base social universal basada en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) y las necesidades de las personas. Esto nos da el espacio conceptual en que nos debemos mover, es decir, dentro de esa franja, de ese donut, en el que enmarcar nuestro modelo de desarrollo sostenible planetario.
Para lograrlo debemos plantearnos toda nuestra sociedad basándonos en una estrategia regenerativa. Y es que llevamos muchos años llevando a cabo intervenciones en el territorio, alterando los paisajes a gran escala y con ello la vida de las especies que existían previamente en ellos. Las infraestructuras que llevamos años desarrollando han provocado un efecto isla en todos los ecosistemas de la tierra; como dice la escritora Vandana Shiva, hemos hecho un ‘eco-aparheid’ en el que ahora es la naturaleza la que se ve arrinconada. Los ecosistemas están aislados en burbujas separadas por infraestructuras, ciudades y grandes zonas de monocultivo, y es esta fragmentación la que debemos revertir, volviendo a conectar el mundo natural para que los complejos procesos que lo nutren puedan volver a darse de nuevo, pues en última instancia, nuestra propia vida depende de que esos procesos sigan funcionando. Por desgracia, la única ‘criatura’ que se ha beneficiado del desarrollo de la infraestructura gris por todo el mundo, y que ha visto crecer su ‘ecosistema’ en los últimos siglos, ha sido el vehículo privado, y lo ha hecho a costa de todo lo vivo.
¿QUÉ ES LA INFRAESTRUCTURA VERDE?
Una “Red planificada de zonas naturales y seminaturales de alta calidad, así como otros elementos ambientales, de forma estratégica, y diseñada y gestionada para la protección de la biodiversidad y la provisión de servicios sistémicos”. Esta definición de infraestructura verde, como una red interconectada, comprende espacios naturales, incluidos terrenos agrícolas, vías verdes, humedales, parques, reservas forestales y comunidades de plantas autóctonas, así como espacios marinos que regulan de forma natural los caudales de aguas pluviales, las temperaturas, el riesgo de inundaciones y la calidad del agua, el aire y los ecosistemas.
Tenemos que cambiar de mentalidad, afrontar el presente y generar un nuevo paradigma que ayude a permitir una vida de buena calidad al conjunto de la humanidad, sin grandes desequilibrios ni en detrimento del resto de especies no humanas. Hasta ahora, hemos construido infraestructuras poniendo en el centro una sola especie, la nuestra, y ahora debemos pensar en todo momento en el bien común, en todo lo vivo con lo que compartimos el mundo.
“No puede existir salud humana si no existe salud animal o del medio ambiente al mismo tiempo.” («One Health”, ONU)
Los diversos brotes de fiebres animales, o la actual pandemia del covid19, son indicadores de que no podemos asegurar una salud humana si no velamos por el correcto estado de salud de lo vivo al mismo tiempo, y para ello, debemos facilitar que el planeta siga teniendo sus ritmos saludables de funcionamiento, y así evitar nuevos casos de zoonosis.
Para avanzar entonces en esta línea, debemos trabajar en una cohesión territorial conectada por infraestructuras verdes, que necesitarán de infraestructuras específicas para poder generar la coexistencia del mundo humano con el mundo natural.
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Volver a conectar la naturaleza
Necesitamos volver a pensar en una red interconectada de corredores ecológicos, al igual que hacemos con las infraestructuras que hemos ido construyendo, cuya característica fundamental es la integración en una red mayor.
El futuro pasa por renaturalizar los espacios urbanos, mediante la implementación de fachadas y tejados verdes, huertos urbanos, parques naturalizados, verde urbano y hoteles para insectos.
Los espacios dedicados a la permacultura productiva o agricultura regenerativa de proximidad también son claves en toda esta estrategia, pues son espacios llamados a ser verdaderos agentes de adaptación y mitigación del cambio climático, pues la alimentación, junto con toda la cadena de logística que implica, es un factor determinante en el impacto territorial y una actividad diaria de necesidad.
El papel del agua
El otro gran aspecto para tener en cuenta es la infraestructura azul, que es aquella relacionada con el agua y que se engloba en la infraestructura verde. El agua, como elemento clave e indispensable para el correcto funcionamiento de los sistemas naturales y humanos, debe tener un tratamiento especial a la hora de crear elementos que cohesionen el paisaje y fomenten la conexión territorial.
La renaturalización de los ríos es fundamental. Otra importante estructura para la cohesión de los ecosistemas acuáticos son las escalas de peces, necesarias para darle continuidad a los ríos y conectar sus poblaciones ante la creación de infraestructuras hidráulicas, que de no hacerse, suponen una gran fractura para el ecosistema fluvial.
Por otro lado, necesitamos que las ciudades vuelvan a ser drenantes, que vuelvan a rellenar los acuíferos sobre las que se asientan y que en muchos casos hemos estado vaciando sin contemplación.
Ejecutar soluciones basadas en la naturaleza (SBN) supone aplicar herramientas basadas en lo vivo a un problema que requiere de una mentalidad ingenieril y de diseño técnico. Los humedales artificiales en forma de parques inundables son una solución muy beneficiosa ante lluvias torrenciales o diferencias estacionales de aporte de agua a un territorio. También se presentan como barreras contra temporales y crecidas del mar, en el que dichas soluciones basadas en la naturaleza presentan una mayor resiliencia y mejor capacidad que ciertas infraestructuras al uso.
Un cambio de paradigma
En todo este cambio de enfoque hay además un factor humano, puesto que somos biofílicos por naturaleza, es decir, nos sentimos bien en los entornos naturales o naturalizados. Nuestras pulsaciones, estado anímico y hormonas actúan de manera diferente cuando nos encontramos en entornos naturales, frente a cuando estamos en entornos totalmente artificiales, muy urbanos o degradados.
Por suerte, esta nueva manera de entender nuestra intervención en el territorio ya ha comenzado, pero aún queda mucho por hacer. Las Naciones Unidas han hecho un llamamiento internacional para que estas premisas de regeneración sean transversales a todas las decisiones y todos los campos profesionales, declarando a esta década 2021-2030 como “el decenio de la restauración de los ecosistemas”.
Es por ello por lo que aquellos profesionales con un mayor impacto en el paisaje deben ser los primeros en abanderar este cambio de paradigma y de mentalidad. Ya no sólo hace falta pensar en la mejor solución técnica ante cualquier problema desde el punto de vista de la eficiencia y la economía, sino que debe ser válido para un mundo cambiante, descarbonizado, compartido con otras especies con necesidades diferentes, y cuya solución para hoy no suponga un problema para el futuro o en otro lugar.
Hay que trabajar mucho para mitigar la desestabilización planetaria protagonizada por el cambio climático y que está aquí ya. Este es el reto, ¡hagámoslo posible!
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