Érase una vez un planeta muy muy lejano, perdido en el Universo, llamado Locus Genitalis, en el que los seres que lo habitaban tenían costumbres que podríamos llamar peculiares. Una de ellas, por ejemplo, era la relación extraña que tenían con sus cuerpos. Tenían algunos órganos a los que parecía que no les podían prestar mucha atención, tenían que hacer casi como si no existieran pero, por otro lado, estaban todo el rato pendientes de ellos… Os diríamos el nombre, pero resultaba imposible saber cómo se llamaban porque utilizaban infinidad de términos para definirlos…
Cualquier cuento podría empezar perfectamente de esta manera. Sin embargo, no hace falta que nos vayamos hasta ese Locus Genitalis imaginario. Nuestra educación, la sociedad en la que vivimos, fomenta relaciones peculiares con nuestros cuerpos. Es curioso, nuestro cuerpo, lo único que poseemos al nacer, nuestra más preciada posesión, se ve mediatizado por normativas sociales. Los queremos, los odiamos, los modificamos, los enseñamos, los ocultamos… Y qué decir si se trata de nuestros genitales y, sobre eso, sobre nuestros genitales y cómo nos vinculamos con ellos, es de lo que vamos a tratar en este post.
¡Los genitales!
Esa parte del cuerpo que siempre tenemos presente, dibujos de penes en los aseos, el uso en nuestro lenguaje cotidiano, casi siempre como insulto o palabra malsonante, el concepto que tenemos de nuestra sexualidad donde, si no se usan los genitales, no consideramos que las relaciones sexuales sean completas…, pero que, a su vez, están tan denostados y, en ocasiones, tan maltratados…
Pensemos, por ejemplo, en la vulva y la vagina, conocidas como genitales femeninos, pero nada más erróneo ya que no todas las personas que tienen vulva o vagina se identifican como mujeres o del género femenino. Pero, volvamos a nuestro asunto.
La vulva y la vagina porque, atención, no son lo mismo, y sentimos tener que aclarar esto, pero todavía hay cierta confusión. Hablar de vulva y vagina tal vez nos parezca demasiado científico; estamos más acostumbrados a hablar de chichi, peseta, rajita, hucha, higo y, si nos ponemos un poco más groseros, el coño. Y, claro, si nos fijamos, todo se refiere a, como se le llama también a veces, lo de ahí abajo, como si fuese un todo. De esta forma, el lenguaje que utilizamos de forma cotidiana para referirnos a estos genitales invisibiliza cómo son en realidad, y de qué partes se componen, con las consecuencias que esto puede suponer a la hora de conocer nuestro cuerpo.
Porque, claro, podríamos pensar, bueno, eso es el lenguaje, pero luego nuestro cuerpo se explora, se mira, y a la larga se irá conociendo, ¿no? ¡Error, también!
Algo que nos enseñan desde la más tierna infancia es que eso es sucio, huele mal, mancha y, aunque dé gustito, no se toca, caca. ¿Alguien ha visto alguna vez anuncios de higiene íntima, es decir, anuncios de compresas, tampones, salva-slips, productos para la pérdida de orina, etc.? ¿Sí? Entonces os sonará lo de:
¿A qué huelen las nubes?, Protege tus braguitas, Siéntete limpia durante horas.
A través de estos y muchos otros mensajes, se nos transmite esa idea de suciedad de nuestros genitales. Y, claro, lo que es o está sucio, hay que limpiarlo. Por eso, es necesario tener a mano productos de higiene específicos para esta zona del cuerpo. Os invito a que echéis un vistazo en cualquier supermercado: toallitas, gel, gel crema, mousse… Una ingente cantidad de marcas y productos distintos para mantener aquello limpito, fresco y con buen olor.
Por otro lado, la vagina es un órgano increíble forrado con una membrana mucosa y una mezcla de bacterias, que se conoce como flora vaginal, que protegen de infecciones. Esto hace que la vagina se limpie por sí misma, podríamos pensar que es un poco como los hornos pirolíticos.
Y cuando esta estructura no nos protege, nos lo indica con cambios de olores o de texturas. Por tanto, es fundamental para la salud sexual saber cómo son nuestros genitales normalmente. Si los enmascaramos tras mil productos higiénicos, no sabremos nunca cuál es el olor natural. Un exceso de limpieza, incluso, puede provocar una disminución de la flora vaginal y, por tanto, de la protección natural.
Y ahora, tenemos una pregunta que por lo general nadie se hace… ¿y a qué huele el pene? Porque, claro, parece que sólo la vulva y la vagina son los que tienen olor.
Vídeo ¿A qué huelen los penes?, de Alicia Murillo.
Quizás la educación formal nos salve, aquello de los libros de biología, cuando nos explican el aparato reproductor… ¡Error de nuevo! Aunque los libros de texto han avanzado y ahora sí se habla de la zona exterior de los genitales (antes se limitaba la información a los genitales internos y el ciclo menstrual), y se pueden ver ilustraciones donde aparece el clítoris, cuando se pregunta al alumnado si les han explicado para qué sirve, la respuesta casi siempre es unánime: NO. Parece muy lógico, ¿verdad? Y cuando llegue la hora de explicar el aparato respiratorio, nos saltamos la laringe, como, total, no sirve para mucho…
¿Dónde está el misterio de todo esto? Que la única función del clítoris es el placer y del placer, al menos en la escuela, no se habla. Por otra parte, si tenemos la suerte de que nos hablen del placer y del clítoris, nos suelen decir aquello de es un pequeño botón.
¿Un pequeño botón? El clítoris, como podéis ver en la imagen, es todo un órgano con un potencial enorme para el placer, no un pequeño botón. Pero os recordamos que del placer no se habla.
Con toda esta información recibida, muchas veces, terminamos teniendo una obsesión por cómo tienen que ser nuestros genitales, y llegamos hasta el punto de querer realizarnos una cirugía plástica porque tengo los labios mayores demasiado grandes, ¿demasiado grandes?, ¿respecto a qué?
Aunque es lógico que nos suceda esto si no tenemos referentes, si no estamos acostumbrados a ver vulvas, porque todas tienen distintas formas, tamaños, colores…
Al final nos hemos centrado en vulvas y vaginas y casi hemos acabado el post, pero los penes también se ven afectados por la educación, no os penséis, así que, no podemos terminar sin mencionarlos.
De los penes sí se habla, y mucho. Y sí se ven, y mucho. Como si continuásemos hablando de la antigua Roma, con sus cultos al dios Príapo (sí, aquel dios maldecido con un enorme falo), podemos ver penes en nuestro entorno sin mucha dificultad, eso sí, todos enormes, erectos, turgentes…
Y aquí es donde viene el agravio comparativo. Las personas que tienen pene, frente a las que tienen vulva, sí han tenido más fácil el contacto con sus genitales, nadie les dice que no se pueden tocar o que huelen mal, pero tienen que tener un pene grande. Porque así deben ser los penes, ¿no?
La obsesión con la medida y tamaño del pene, con la cantidad de tiempo que es capaz de estar erecto y lo dura que sea esa erección, el tiempo que se puede aguantar sin eyacular, es demasiado frecuente. Y esta obsesión, muchas veces, dificulta el disfrutar de las relaciones eróticas, de los encuentros más allá de esos genitales.