La salud mental es algo que todos debemos tener en cuenta y tratar como cualquier otra dolencia, pero para las personas con VIH es uno más de los aspectos a tener en cuenta, uno de los más importantes, ya que de tu salud mental depende cómo vas a vivir tu viaje con el VIH.
El momento más crítico en el viaje del VIH empieza con el diagnóstico, tanto los pacientes como los médicos se centran en los CD4 y carga viral, pero arranca un viaje emocional, una montaña rusa de emociones. El viaje con el VIH, no acaba con el control del virus, empieza en ti.
Como no es lo mismo contarlo que vivirlo, hoy te traemos varios testimonios de personas con VIH en el momento del diagnóstico y cómo lo vivieron ellas, en el aspecto emocional.
Recibí el diagnóstico a través de mi madre. Semanas antes había ido a donar sangre y enviaron una carta a casa para informar que debía hacerme una prueba para confirmar que tenía VIH. En ese momento se me vino el mundo encima, no tuve que lidiar solo con mis sentimientos, si no con los de mis padres y ser consciente de mi propia mortalidad. En ese momento, con la poca información que tenía, lo viví como una sentencia de muerte.
Muchas cosas pasaron desde ese momento hasta que empecé el tratamiento de forma estable, gracias a ir a terapia, cuatro años después.
Mis primeras visitas fueron traumáticas. El tratamiento no era necesario, según mi médico. Tenía que empeorar para empezar y ese planteamiento me aterraba. Después descubrí que el protocolo (en 2015) no era ese, pero mi médico de entonces opinaba distinto.
Un año después, empeoré lo suficiente para empezar con los antirretrovirales, pero, por desgracia, había estado un año sin medicarme y conseguí olvidar, en mi rutina diaria, que tenía VIH, por lo que la medicación se convirtió en un recuerdo constante de la enfermedad.
No fui capaz de mantenerla y, tras olvidar la medicación en un viaje corto de tres días, pude olvidar de nuevo que tenía VIH y no pude volver a tomar la medicación.
Cuando no pude negarlo más, y a pesar de no tomar medicación, el miedo a lo que estuviera pasando en mi cuerpo me aterraba, volví al especialista, cambiando de médico y empecé terapia. Hoy en día la medicación se ha convertido en una de las mejores cosas que me pasa en mi día a día. Una forma de tomar el control de mi salud, de cuidarme, quererme y protegerme.
Ahora soy consciente de que todas las situaciones que viví junto con mi diagnóstico hubieran sido muy distintas de tener la información que tengo hoy en día, y una visión clara de la realidad que vivimos las personas con VIH, nada que ver con la de los años 80.
Siendo positivo desde el año 94, no voy a negar que recibir el resultado, la confirmación de la prueba, que ni siquiera buscaba, no fue una sorpresa. Es más, no supuso mucho cambio, en ese momento. Si me resonaron las palabras del médico, que iban encaminadas a hacerme entender que al no tomar medicación estaba firmando mi sentencia de muerte.
Basta decir que hablamos del año 1994. La poca o nula información que yo tenía en ese momento, era de que las personas que se medicaban tenían más riesgo de morir por la medicación que por otra cosa, era lo poco que sabía. Por una cuestión de supervivencia, instinto o que sé yo, decidí no medicarme. Esto no le gustó mucho a mi médico que me dio de cuatro a seis años de vida.
Eso fue lo que marcó mi rutina de los siguientes años. Todos los días al despertar pensaba que podía ser mi último día. Ya ni hablar de cuando me pasaba algo o me encontraba mal. Desde un resfriado hasta un mal de estómago por algo que había comido. Todo era por culpa de no estar medicado y tener VIH. El pensamiento era claro, probablemente moriría en pocos días.
No fue hasta ocho años después del diagnóstico, cuando ya había superado el umbral que me había marcado mi médico en un inicio, que empecé a relajarme. Empecé a pensar que quizás era invencible, inmortal y que nada me iba a pasar.
Diecinueve años tras el diagnóstico, empecé a medicarme y ese fue el golpe fuerte. Enfrentarme a la medicación, algo que muchos años había temido y tenía asociado a la muerte. Sin duda el paso más duro en todo mi viaje. Lloré, me derrumbé, sin duda lo peor que me había pasado. La primera pastilla, casi no me la pude tragar, me ahogué, casi vomito… Lo pasé muy mal.
A los pocos días, y gracias al nuevo doctor, pude seguir con el tratamiento y hoy en día lo tomo con mucha alegría y soy defensor del tratamiento e intento transmitir el mensaje para que nadie pase por lo mismo que yo al rechazarlo.
David Sanchéz (@Davidsanchezc)
El médico era amigo de mi familia y el diagnóstico me lo dio mi padre en casa. En realidad no me sorprendió porque mi cuerpo sabía que algo no estaba bien, pero fue un momento muy cinematográfico, de esos que parece que se para el mundo y se enciende un foco sobre ti. Todo un punto de inflexión enfrentarse a tu peor miedo, nadie está preparado para verse cara a cara con la muerte. Porque eso es lo que me dio mi padre por desinformación, la extremaunción.
Lo primero que conseguí verbalizar fue “Esto lo voy a utilizar en positivo”. A pesar de que aún no tenía apenas información, acepté ese pulso con la muerte y saltó el resorte de la supervivencia. Después me rompí a solas con mi hermana y lloré porque no quería enfermar, no quería ponerme feo como Tom Hanks en Philadelphia, quería seguir trabajando como actor, viajar, amar, vivir.
Qué importante es la educación y salud sexual. Qué importante es la formación de los sanitarios y el acompañamiento profesional en esos primeros momentos.
A pesar de estar vivo e indetectable, el VIH no es una broma. Pero incluso a día de hoy la mayoría de las personas ante un diagnóstico se imagina muriéndose, enganchada a un gotero mientras suena “O mio bambino caro”.